Marina Mar de Tapas se encuentra en la esquina de calle Tegualda con Lautaro, en una casona residencial en pleno Barrio Italia. Un punto de encuentro para vecinos y sibaritas, donde el mar chileno es su razón de ser, expresado en mariscos que aguardan vivos en sus piscinas.
El salón principal, de techo alto, conduce hacia un espacio al fondo reservado para las piscinas y el marisqueo. Sin importar la hora, siempre hay alguien abriendo conchas en ese rincón. Francisco Hraste, el hombre tras el proyecto, lleva más de cinco años mostrando la riqueza de nuestra costa y poniendo en valor los sabores del mar.
Aquí se desmarcan de la fórmula fondo y guarnición. Todo está concebido en formato pequeño, ideal para compartir y dejar en el centro de la mesa. Su compromiso con el producto local es evidente: no hay lugar para camarones ecuatorianos ni atunes importados. En cambio, se sirven chochas, camarón nacional, piure, erizos -si la veda lo permite- almejas de Ancud, ostiones de Tongoy o robustos choritos maltones. Mariscos que hablan de Chile.
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Al vaivén de las olas
Antes que nada, Marina Mar de Tapas es una marisquería, y una de las buenas. Basta mirar las mesas para comprender que aquí se viene a comer mariscos frescos, tratados con oficio y respeto por el producto, quizás el rasgo más importante en un restaurante de esta naturaleza. En sus almejas, ostras o maltones al natural ($7.990, 6 unidades) podrá comprobarlo.
La reciente llegada de la patente de alcohol -tras cuatro engorrosos años de trámites- es otro hito que ha impulsado su propuesta. Hoy mantienen una carta de vinos acotada pero seleccionada al dedillo, compuesta por etiquetas de pequeños productores que rotan con frecuencia. Los precios, tanto por copa como por botella, son justos, política que ha ido atrayendo cada vez más aficionados al vino entre sus habituales.
Actualmente figuran etiquetas de Carter-Mollenhauer, Montsecano, Masintín, Fuy, Colectivo Mutante, González Bastías o Vinos Copa. El Big Fish, de Tinta Tinto, es uno de los favoritos de la casa y de los pocos vinos fijos en la carta.
Sin embargo, también hay vida va más allá de los mariscos frescos. La carta actualmente se mueve al vaivén de las olas y de la creatividad de su cocina, con tapas como la Destripada ($5.990): una empanada de ostión y queso rellena de camarón nacional, aceite de liliáceas y cebolla morada, bañada en una salsa tatemada; o los mini Sándwiches de mechada de jibia ($4.990), donde el molusco, tras una cocción paciente, se deshilacha y se cocina como si fuera carne.
Estos meses fríos también llegan con dos novedades acordes a la temporada. Uno es un Ceviche caliente, inspirado en el norte de Perú, con leche de tigre de ají amarillo, ostión, pesca del día y camarón nacional, acompañado de patacones. El otro, una versión propia de la clásica Soupe à l’oignon gratinée (Sopa de cebolla) francesa, con una reducción prolongada que la vuelve cremosa, donde la cebolla se cuece en caldo de mariscos y un ostión entero se esconde en su interior.
Para terminar, pruebe la Tarta de queso, postre en colaboración con Espacio Dulce, recién agregado a la carta. Fiel al sello de la casa, se baña en un mousse de erizos y cítricos que le otorga un toque salino y esa característica profundidad del mar. Va coronado con unas adictivas semillas de maravilla garrapiñadas.
Marina Mar de Tapas es un lugar convivial, una marisquería de barrio con excelentes vinos y buenos precios. Un boliche hospitalario con servicio cercano, de esos cada vez más escasos, que guardan el espíritu de los viejos tiempos.