Sesenta y cinco años sirviendo cerveza y embutidos alemanes en la misma esquina de Merced. La familia Hook va por la tercera generación y el bar sigue siendo chico, de esos donde el dueño te conoce por nombre. La carta no ha cambiado desde 1960 y esa es su gracia: para qué tocar lo que funciona. El chucrut cocinado es adictivo, los canapés sobre pan negro son cosa seria, y el Fleischkäse viene con huevo frito porque acá lo chilenizaron. La cerveza de la casa sale de una schopera antigua y dan ganas de tomarse uno tras otro. No es un bar de Instagram ni pretende serlo. Es un lugar con alma, de esos que quedan pocos.