¿Qué hace que un vino se eleve por sobre los demás? ¿Es su precio, su rareza, su historia o la emoción que despierta al probarlo? En torno a estas preguntas surge el concepto de vino ícono, una categoría que no está normada legalmente en Chile, pero donde los expertos coinciden en que condensa el anhelo de hacer un gran vino y la búsqueda de identidad propia de cada productor.
Para algunos, un vino ícono es aquel que encarna el espíritu de un viñedo y su máximo esfuerzo en una etiqueta; para otros, es el resultado de terruño, historia, clima y oficio. El Máster Sommelier Héctor Vergara lo sintetiza con la poética precisión de quien lleva una vida dedicándose a esto:
“Un vino ícono, en Chile, o en el mundo, creo yo, y no soy dueño de la verdad, tiene que en primer lugar, tener la impronta de la variedad de la uva, con su historia, su terruño, su entorno privilegiado, su clima. Si el enólogo, sabe interpretar ese regalo de la naturaleza, con una mínima intervención, él sabrá, cómo un gran director de orquesta, que ese vino, tenga sentido de pertenencia de lugar y alegrará nuestros corazones. Cuándo te miras en el agua ves tu imagen, cuándo te miras en el vino ves tu alma.”
A partir de esa premisa, la conversación se abre a múltiples miradas. ¿Debe un vino ícono ser fruto del tiempo o puede nacer desde la ambición de un proyecto reciente? ¿Importan realmente sus métodos de vinificación o basta con que sea del gusto de la crítica?
En Guía Comino reunimos a distintas voces expertas que comparten su propia definición y revelan cuáles son sus vinos ícono favoritos.
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“Un vino ícono, para mí, tiene que tener varias cosas: un terroir definido, que se exprese con mucho carácter y una mística -ya sea por su historia, por quien lo hace, o por el lugar donde se cultiva- y una originalidad clara, que lo haga destacar entre muchos. Es un vino que no busca complacer a todos, sino mantenerse fiel a su identidad. Y, por supuesto, tiene que emocionar cuando lo pruebas”.
“Tiene todo lo que busco. Es un Cabernet Sauvignon plantado en un paño de viñedos en las laderas de Peñalolén, un rincón que hoy está completamente rodeado de ciudad y urbanismo, y eso -paradójicamente- lo hace aún más mítico. Es como un viñedo escondido, resistiendo con elegancia entre el concreto. El vino es intenso, profundo, con fruta roja madura y ese mentolado característico. Mucha elegancia y una estructura que aguanta años de guarda. Lo recomiendo porque representa con honestidad lo que puede ser el Alto Maipo en su mejor expresión”.
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“Un vino ícono es el mayor esfuerzo de una bodega para un vino. Ese vino ícono puede valer $10.000, $100.000 o $8.000 pero debe ser el mayor esfuerzo de ese productor. Eso es lo que lo hace icónico finalmente, da igual si el productor tiene 100, 10, o 5 hectáreas. Hay bodegas chicas que tienen dos vinos y en el que ponen mayor esfuerzo de ambos es su ícono. Puede que no tenga un valor exorbitante, pero es un vino ícono porque representa el mayor esfuerzo de esa bodega”.
Ensamblaje de mezcla tinta de Viña La Rosa que acaba de cumplir 200 años. Ensamblaje de Cabernet Sauvignon, Carmenere, Cabernet Franc y Syrah. Para mi es el mejor de los vinos iconos de Chile actualmente porque tiene todo lo que tiene que tener un ícono: concentración, capacidad de guarda, taninos finos, buen uso de la barrica, proviene de Peumo, una de las mejores zonas del Valle del Cachapoal. Actualmente comercializan la cosecha 2015 y eso hace que de verdad sea un vino al estilo como los grandes vinos de Europa. Un vino fino, elegante, listo para beber a diferencia de muchos otros vinos nacionales en esta categoría que hay que esperarlos algunos años”.
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“El concepto de icono ha tenido una importante evolución en el tiempo. En sus inicios, se refería casi con exclusividad a las etiquetas que costaban más de US$50 aproximadamente. Con los años, esta categoría -que es más usada en el Nuevo Mundo que en la Europa vitivinícola- ha incorporado elementos claves, como calidad, consistencia, producción limitada, y muchas veces, representación del estilo o filosofía de la casa.
Diría que los elementos clave de un vino ícono son que provengan de los viñedos más cuidados de una viña y que representen su mayor calidad. Es importante que puedan mantener la calidad año tras año para que más allá de un vino ícono se convierta en un vino clásico donde se mantenga una filosofía respecto a su estilo. Un vino ícono tampoco puede ser una producción gigantesca porque los viñedos seleccionados para este tipo de etiquetas son limitados. Ninguno de los grandes vinos del mundo en esta categoría tiene producciones gigantescas. También agregaría que tienen un peso simbólico para la historia de la bodega”
“No sé si podría recomendar un solo favorito. Pero para las versiones que están circulando este año me quedo con un clásico: la cosecha 2023 de Don Melchor, que sigue teniendo el mismo que desde su inicio hace más de tres décadas, en el terroir tan especial que representa su viñedo en Puente Alto, en las terrazas formadas por el río Maipo. Dentro de las novedades me quedaría con Vinos Baettig Selección de Parcela Los Padrinos 2023, un cabernet sauvignon de Cauquenes, zona con un futuro esplendor en esta materia. Un vino con personalidad propia”.
“Siendo francés no me gusta mucho el concepto de “Ícono” en la medida que muchas veces las viñas lo usan en modo de autodenominación. En mi opinión, los reconocimientos siempre deberían venir desde afuera, no desde la propia viña. Así vemos en Chile que tal o cual viña presenta su vino Ícono y lo llama así por decisión propia. Más allá de este comentario general mi definición sería la siguiente, por orden de importancia: Un vino de gran calidad, reconocido como tal por los grandes críticos de vino; un vino de vendimia manual, de crianza larga y cerrado con un corcho natural de alta calidad; un vino que sea la fiel expresión de su terroir (suelo, clima, etc..)”
“Voy a ir por un vino blanco, porque son muy pocos los vinos íconos blancos chilenos. Amo el chardonnay Sol de Sol de la viña Aquitania, por su terroir extremo en el valle de Malleco, que le entrega la mineralidad de un suelo de origen volcánico y una rica acidez que le da el clima frío. También el terroir extremo significa que hay mucho trabajo y precisión detrás de la elaboración del vino, significa que hay escasez y una maduración algo sufrida para la uva, entonces esos son componentes gloriosos que me encantan. Algo poco común con los blancos de Chile, parte del Sol de Sol hizo su fermentación maloláctica en barrica, después de su fermentación alcohólica. Este proceso le entrega volumen en boca, una untuosidad y un lado mantecoso que se complementa muy bien con la rica acidez del vino”
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“Mantengo hasta hoy el concepto que aprendí sobre lo que es o debe ser un vino ícono, desde mis primeros días en el mundo del vino hace 25 años. El precepto reza ‘un ícono no nace, se hace’. Quiere decir que solo los años, junto al prestigio ganado y acumulado van dando el permiso para tener esta categoría. No es, entonces, un vino ícono, aunque se crea, simplemente llegar y lanzar al mercado el vino más caro de la casa. La idea la sigo manteniendo porque me gusta, y me gusta porque un vino caro -no necesariamente de alto valor- lo puede hacer cualquiera; con, o sin dinero”.
“No es ícono, pero Felix de Viña Santa Ema me encanta por su mezcla de elegancia y osadía. Cabernet sauvignon y franc, carmenere y carignan; todas de sus nuevos viñedos de Maipo Andes. Su versión ícono es Catalina, misma mezcla sin carignan, de la que acabo de disfrutar una vertical extraordinaria desde las añadas 1998 a 2021. Felix, está recién partiendo su historia, pero me recuerda mucho, por cierto, al gran ícono House of Morandé, un tremendo vino que crece y crece con los años en botella.
Otro de mis íconos favoritos y que no requiere esperarlo tanto en botella, es Purple Angel de Viña Montes. Desde 2003, su primera añada, entiendo que no ha dejado de salir al mercado con la misma mezcla, casi exacta, de 92% carmenere y un poco de petit verdot que le da nervio. La última versión que recuerdo haber probado fue la 2020, y en boca era terciopelo. Me fascinó tanto como su par, otro ícónico Carmenere como es Carmín de Peumo, de Viña Concha y Toro. En casa colecciono los libritos que sus viñas publican cada vez que organizan una cata para hacer el recorrido de sus versiones anteriores. No tengo el de Purple; sí los de Chadwick, Seña o Don Melchor, el mejor del mundo 2024. ¿Mi ícono favorito? Para qué elegir. Dejemos esa molesta manía a las guías de vinos”.